Los días más incómodos desde que aterrizó en el gabinete nacional vivió Juan Manzur esta semana. Devaluado políticamente por el rutilante desembarco de Sergio Massa e intervenido administrativamente por el presidente, Alberto Fernández, el tucumano deberá apelar a su reconocida astucia para reposicionarse en la mesa de poder nacional.
Desde aquellos primeros días en la Casa Rosada, el gobernador en uso de licencia pasó por varios momentos de zozobra, en muchas ocasiones por daños autoinfligidos. Por ejemplo, la precocidad con la que desde su entorno instalaron el entusiasta operativo “Juan XXIII”. No obstante, es cierto que Manzur logró en estos meses afincarse como el nexo con los gobernadores y reencauzar la relación con Cristina Fernández de Kirchner. A medida que ese papel se consolidaba, caía la injerencia política de Alberto Fernández; porque, aunque el jefe de Gabinete siempre dijo que construía en nombre del Presidente, en realidad nadie dudaba de que lo hacía en beneficio propio.
Así se explican los recurrentes embates de las segundas líneas del albertismo, que durante este tiempo le dedicaron versiones de reemplazo de manera regular. Con la reconfiguración del reparto de poder en el Frente de Todos, a Manzur lo rodearon. Le sacaron como segundo a su hombre de mayor confianza, Jorge Neme, y se lo pusieron en Economía bajo la mirada de Massa. Y en su lugar le designaron a Juan Manuel Olmos como vicejefe de Gabinete. Este movimiento sea quizás el último intento del Presidente por conservar injerencia directa en la gestión.
De perfil bajo, Olmos es un abogado y dirigente del peronismo porteño muy cercano a Alberto Fernández. Al punto que en sus oficinas de San Telmo funcionó el primer bunker de campaña del albertismo. Olmos mantiene vínculos judiciales muy aceitados e incluso una vieja historia con el ex presidente de Boca Juniors Daniel Angelici, sindicado como el operador judicial del macrismo. Incluso, Olmos llegó a presidir el Consejo de la Magistratura de CABA y el Foro de Consejos de la Magistratura de la Argentina hasta 2015, cuando fue reemplazado por una tucumana en ese lugar: la vocal de la Corte Suprema de Justicia, Claudia Sbdar.
Hasta el jueves, Olmos ofició de jefe de Asesores del Presidente. Por esos antecedentes, no es difícil concluir que su arribo al área liderada por Manzur guarde estrecha relación con el objetivo de Alberto Fernández de mantener alguna presencia en las decisiones diarias y en la política real, más allá de lo simbólico. Algo que, dicho sea de paso, fue perdiendo el propio Presidente tras la salida de Santiago Cafiero de la Jefatura de Gabinete. Con la designación de su amigo, Fernández recupera oxígeno en dos aspectos: gana oídos en el despacho por donde desfilan gobernadores, intendentes, sindicalistas y empresarios; y lapicera, en caso de que Manzur “olvide” firmar algún expediente. No es casual, entonces, que en el acto de jura del jueves la gran mayoría de las sillas hayan sido ocupadas por funcionarios y referentes albertistas.
La “intervención” de la Jefatura de Gabinete supone para el tucumano un nuevo desafío y otra demostración de su capacidad de resiliencia. Si bien mantiene el vínculo con los gobernadores, los caciques provinciales han tomado nota de los últimos acontecimientos y por eso desfilarán a partir de ahora por las oficinas del Ministerio de Economía. Los mandatarios peronistas sostuvieron a Manzur en medio de las turbulencias, es cierto, pero la realidad indica que en tiempos de ajuste deberán golpear la puerta del despacho de Massa para gestionar obras y fondos.
Por supuesto, el ex ministro de Salud tiene la virtud de vender una derrota como una victoria suya. Es su especialidad. Uno de sus interlocutores más frecuentes lo sintetiza muy bien: “Juan siempre encontrará una justificación que le convenga y un motivo para sonreir”. Es lo que hizo en estos días, luego de que Massa le arrebatara a Jorge Neme de la Jefatura de Gabinete. Aunque se presentó ese movimiento como un pie que el manzurismo afirmaba en Economía, hay antecedentes que no pueden obviarse a la hora de analizar de manera completa el cambio de figuritas.
El tigrense conoce a Neme desde la década del 90, cuando forjó sus primeros pasos políticos en la campaña electoral de Ramón “Palito” Ortega –luego compañero de fórmula de Eduardo Duhalde-. En esos tiempos, Massa entabló relación con otra joven promesa (el hoy jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta) pero también con un tucumano más curtido, Pablo Fontdevila, quien durante los 80 llegó a ser secretario general en Tucumán del Frente de Izquierda Popular (FIP), espacio en el que militó con el propio Neme. Ambos, ya más aquí en el tiempo, se refugiaron tras la crisis de 2001 en las alas del kirchnerismo. Fontdevila es muy amigo de Amado Boudou (en 2018, al salir de la cárcel el ex vicepresidente vivió en un loft de Barracas que pertenece a Fontdevila) y dirige el Archivo General de la Nación. Neme, además de haber sido funcionario de Cancillería con Felipe Solá y vicejefe de Gabinete con Manzur, es el segundo en la empresa estatal Arsat, que hasta hace unos días condujo el economista del massismo Matías Tombolini (hoy flamante secretario de Comercio). Demasiadas coincidencias y relaciones de militancia de años como para adjudicar sólo a un éxito de Manzur el arribo de Neme a la estructura de Massa. En el mejor de los casos, hay un poco de todo.
Alertado de ese giro político en el Frente de Todos y de los nuevos vientos, Manzur se preocupó rápidamente por enviar un mensaje a la vicepresidenta. “Creo en la inocencia de Cristina Kirchner y esto va a quedar demostrado”, dijo. Fue el primer funcionario nacional de esa jerarquía –ajeno al kirchnerismo puro- que se pronunció públicamente tras los devastadores alegatos de los fiscales en la causa Vialidad, que acorralan a la vicepresidenta. Un guiño que fue bien recibido en el Instituto Patria y que, en estas circunstancias, puede significar un plus en la lucha por la supervivencia con la mirada puesta en el próximo año.
En paralelo, deberá demostrarles a los gobernadores por qué todavía es útil que esté sentado en la cocina de las decisiones. En esta pulseada juega a su favor la historia reciente de traiciones que protagonizó el tigrense y que despierta desconfianza en la alianza oficialista: Manzur puede convertirse en un garante ante los gobernadores de que Massa cumplirá con lo que les prometa.
El asunto, claro, es que el Frente de Todos camina haciendo equilibrio sobre una tapia, al filo de caerse cada dos pasos. Y así será el recorrido que deberá transitar hasta llegar al decisorio 2023.